Ahora que la novela ya está publicada y ha abandonado el cajón de mis desvelos, es hora de deciros que «En un mundo sin ti» trae bajo el brazo algo más que una nueva historia. Ese «algo» es la certificación del ¿final? de un ciclo que aún no tiene nombre pero sí un claro sentimiento: el esquema narrativo que he practicado en casi toda mi obra (protagonista con un conflicto vital/sentimental, con mejor amiga bocachancla*, construido sobre los pilares de la emoción y el humor) tiene su punto y ¿final? en la de Laura y Adela.

He de confesar que, en un primer borrador, los signos de interrogación no aparecían, y que incluso barajé usar una expresión menos tajante («punto y aparte»), porque ya sabemos que no hay mayor certeza en esta vida que la incerteza (¡nunca digas nunca jamás!), pero creo que sería engañoso tanto para mis lectoras como para mí.

Y es que en mi interior siento que es así, y que lo es de un modo muy cercano a lo inapelable, como en su momento, en aquel cada vez más lejano 2016, supe que había perdido a Cate Maynes. Ese día, y pese a los posteriores intentos por retomarla (porque no puedo evitarlo), sentí que Cate jamás volvería, y lo tuve claro porque, sencillamente, ya no la encontraba dentro de mí (algo que a día de hoy me sigue doliendo infinito). Esa misma convicción, ahora, avala la escritura de esta entrada.

Pero no estamos aquí para llorar a imbéciles perdidas en los desiertos de la frustración y la impotencia, sino para rubricar el ¿final? de un camino que siento que ya he recorrido en su totalidad. Todavía no sé muy bien cuál será el nuevo destino, ni si sabré caminar sobre y hasta él, pero lo que sí sé es lo que me pide el cuerpo, y lo que me reclama es echar la llave (aunque no al fondo del mar, tralará) a esa puerta y averiguar qué hay tras las que están por abrir. Por supuesto, esta no es una decisión tomada ayer, ni siquiera anteayer, sino que ya tiene la friolera de… cuatro años, que es el tiempo que ha pasado desde que puse el punto final (este, literal 😉) a la escritura de «En un mundo sin ti». (Desde luego, no andaba mal encaminada cuando en esta entrada anuncié que la novela se adentraría «en un largo y arduo camino, con fecha de finalización incierta». Spoiler: ninguno de los concursos ni editoriales a los que, durante todo ese tiempo, envié el manuscrito, quiso «adoptarla». ¡Nadie me podrá decir que no lo intenté!).

Aunque, más que el cuerpo, debería decir que es el alma la que me lo pide, porque me la he ido dejando a pedacitos en cada historia (sí, hasta en las peripecias de Cate), y creo que ahora la pobre quiere (necesita) tomarse un respiro. Siempre he dicho que me encontraréis en mis novelas y relatos, nunca de un modo claro (no, ni siquiera en «Elisa frente al mar»), pero sí a cachitos, y esos fragmentos son tan yo como me he permitido dejar entrever. «En un mundo sin ti» vuelve a reunir muchos de ellos (ya os puedo decir que este libro cierra una especie de trilogía personal, junto con «Elisa frente al mar» y «Como agua entre mis dedos»), y ahora quiero dejar descansar a esa parte de mí que se ha desmenuzado en esas historias, pillar un par de cervezas (¡sin alcohol!) y tomármelas sentada frente al Mediterráneo.

No querría que os tomarais este anuncio como una pérdida irreparable o un lamento. Sencillamente, las cosas terminan, las etapas se agotan y las almas se echan a dormir. No sé qué autora seré o saldrá de todo esto, pero sí sé que ese punto tiene todos los visos de ser ¿y final?, y que solo espero, salga lo que salga de esto, seguir encontrándoos al otro lado de las páginas (porque, por supuesto, sigo escribiendo).

Como siempre, y hoy más que nunca, gracias por estar ahí. ❤

(*) Ahora que he llegado al ¿final? de ese camino, me resulta muy curioso que nadie me haya comentado la inclusión de este arquetipo en todas mis historias (en las de Cate, ella aúna ambos, protagonista y amigota bocachancla, porque Cate era mucha Cate 😏), un hecho completamente consciente, a modo de megafetiche berlanguiano (él lo limitaba a un par de palabras; yo, a todo un personaje). Así, en mayor  o menor medida, la Valeria de «Elisa frente al  mar», la Ana de «La perfección del silencio», la Jessica de «Como agua entre mis dedos», y la Mia de «En un mundo sin ti» son variaciones de ese estereotipo de amiga bromista, a veces impertinente, en demasiadas ocasiones irritante, pero fiel hasta el infinito y más allá. «Tras la coraza» es la única novela en la que he roto la regla del género, ya que en esta historia es un hombre, Tommy, el que ejerce de papel de fiel escudero. De hecho, fueron dos las reglas que quebré, pues ambas protagonistas, Alejandra y Julia, tuvieron su respectivo companion. En el caso de Alejandra es Hugo (aunque el que responde al arquetipo es Tommy, al que le suma un rasgo hipocondríaco).

Si en algún momento habéis tenido la sensación de que estabais ante un mismo personaje una y otra vez… ¡bingo!, os certifico que es así. Valeria, Ana, Jessica y Mia son la representación, por un lado, de esa parte de mí más ¿puñetera? (bienvenidas a la vida de las personas de  mi entorno 😈) y por otro, el contrapunto, a modo de «alivio cómico», que necesitaba para contrarrestar las partes más emocionales o solemnes. Siempre he sido, y seguiré siendo, una fiel creyente del humor como arma de supervivencia y resiliencia, una opción vital que, en «En un mundo sin ti», sintetiza en una frase el personaje de Mia: «Si no sabes que el humor es la última frontera, no sé que haces en este viaje.»

Y aquí estamos, contando el ¿final? de ese viaje.