Elisa frente al mar

3,99  IVA incluido

Libro formato .epub

Dos mujeres se reencuentran en lo alto de un acantilado tras dieciocho años de ausencia. El pasado que las une está construido a base de amor, renuncia y dolor y esa cita significará revivir su adolescencia, su juventud y a las personas que dejaron atrás.

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Descripción

/ Novela / Drama / Intimista /

SINOPSIS:

«No había hecho nada, pero sentía miedo, vergüenza y culpa. Algo tiene que ir muy mal en el mundo si una chica de dieciséis años se siente así tan solo por amar.»

Dos mujeres se reencuentran en lo alto de un acantilado tras dieciocho años de distanciamiento. El pasado que las une está construido a base de amor, renuncia y dolor y esa cita significará revivir su adolescencia, su juventud y a las personas que dejaron atrás. Juntas recorrerán un camino lleno de nostalgia y pérdidas, en el que el tiempo que una vez compartieron regresará para resucitar un ayer que acabaría arrojándolas a un mañana de ausencias.

Elisa frente al mar denuncia las terribles consecuencias de la LGTBIfobia y la violencia machista, pero también nos habla del valor de enfrentarse a nuestros miedos interiores y a una sociedad intransigente, de luchar por ser quienes somos y de vivir de acuerdo a cómo sentimos. La novela está recomendada como lectura para tratar la diversidad afectivo-sexual, la LGTBIfobia y la violencia de género para estudiantes de segundo ciclo de Secundaria y Bachillerato. Más información aquí.

FICHA TÉCNICA.
E-book.
Formato: .epub.
P.V.P.: 3,99€.

OTROS FORMATOS.
Papel. Tapa blanda.
Formato:
tapa blanda, rústica sin solapas, brillo.
Tamaño: 13,34 x 20,32 cm.
ISBN: 978-1495951343.
Fecha de edición: 2013.
Páginas: 223.
P.V.P.: 12,99€.
Puedes comprarlo en Amazon.

Papel. Tapa dura.
Formato:
tapa dura, cubierta laminada de 2 mm, brillo.
Tamaño: 13.97×21.59 cm.
ISBN: 979-8351227764.
Fecha de edición: 2022.
Páginas: 223.
P.V.P.: 15,99€.
Puedes comprarlo en Amazon.

Kindle.
ASIN:
B00G9019E6.
P.V.P.: 3,99€.
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Lee gratis las primeras páginas

2011

Uno

Estás aquí.
Es lo primero que me dice, inquieta y tímida, deteniéndose a unos pasos de mí. No digo nada, ¿qué puedo decirle? Las palabras se hacen agua en mi garganta, me ahogan. Son las primeras después de un mundo de silencio.
Las recojo y las hago mías. «Está aquí», pienso, estremecida. He tenido días para preparar este encuentro, para asumir que volvería a verla, pero descubro en este instante que, realmente, nunca confié en que lo haría. Que estaría aquí, que la tendría frente a mí.
Ella me mira expectante, incómoda por mi silencio. No sabe que la marea de su presencia, convertida en un palpitante oleaje, amenaza con engullirme; no sabe que su nombre se está haciendo latido en mi pecho y el latido, estruendo. ¿Cómo va a saberlo, si ese océano de silencio ha durado casi toda una vida?
Sé que debería decir algo, pero es ella la que, en última instancia, vuelve a hablar.
—Yo no lo hice.
—¿El qué? —digo al fin.
—Ir a ti.
No sé qué decir a eso. Han pasado dieciocho años y mil mares y quizás sea ya demasiado tarde para buscar respuestas.
Hasta el mar puede agotarse.
—Elisa… —se escapa de mis labios mientras mis dedos, nerviosos, remueven la tierra.
Es su nombre.
Se sienta a mi lado.

Dos

Su pelo era claro, recogido en una doble coleta trenzada. Pantalón de pana, camisa blanca. Es todo lo que recuerdo treinta y cinco años después. Su rostro no. Quiero creerlo limpio, claro como el color de su cabello. Era una niña, y yo también. La primera chica de la que me enamoré. Ocho años, un patio de colegio, un sentimiento arrasador. La acechaba en los recreos, nunca supe quién era, ni su nombre. Recuerdo querer volar, cogerla de la mano y lanzarnos las dos al viento, que nuestros cuerpos danzaran en la corriente, serpentearan libres de toda ancla.
Todo lo que entonces sentí terminó, pero su recuerdo permanece en mí como el primero. Eso jamás se olvida. Desear que no acabe nunca, que se haga eterno, que se convierta en el todo, en lo único.
Creí que la vida me dejaría hacerlo, volar, pero durante demasiado tiempo me dejó en tierra. Es lo primero que aprendí: a esconderlo en un puño cerrado tras la espalda mientras los demás lo mostraban en su palma abierta; a no pronunciar determinadas palabras, sentimientos, anhelos. Aprendes que callar es la mejor opción, porque el silencio es la norma, una ley no escrita que debería estar en el banquillo de los acusados, trabada por cien cadenas. Por delito de desamparo sentimental. Por condenarnos a vivir en voz baja. Por sentenciarnos a una vida amputada. ¿Qué campo de miseria sembró en nosotros semejante cosecha de negación? ¿A quién deberíamos señalar con el dedo?
Recitaría de corrido mi lista de acusaciones:
Nunca cuchicheé al oído con mis amigas sobre la chica de 6.º A.
Nunca tuve la oportunidad de declararme a ninguna.
Nunca paseé de la mano con mi novia al salir de clase.
Nunca ningún adulto me tomó el pelo preguntándome si ya tenía novia, si llevaría a mi chica a cenar, si contaban con ella para esta, aquella o cualquier otra celebración.
Nunca pude volar, y la niñez terminó, y la adolescencia se perdió, y esa amputación, esa obligación de espiar desde la sombra lo que a otros se permitía gritar a pleno pulmón, mutiló una parte vital de mí.
No nos dejaron volar, y yo acuso: tú, tú y tú.
—Pero eso —añado, girándome hacia Elisa para mirarla a los ojos por primera vez desde que he empezado a hablar—, solo serviría para comprender por qué me negaste.
Ella acepta en silencio la acusación. Tras mi inicial mutismo, el torrente. He pronunciado su nombre, ella se ha sentado a mi lado y las palabras que amenazaban con ahogarme han encontrado el cauce por el que derramarse. No sé por qué le he contado lo de aquella niña, por qué ha sido eso lo primero que le he dicho después de tantos años. ¿Elisa regresa y lo hace también el primer recuerdo agridulce de mi vida?
Un recuerdo convertido, finalmente, en reproche. ¿Es justo? Al fin y al cabo, ella es tan víctima como yo; más aún, si cabe. Una vez caminas de frente puedes tener una vida. Yo la tuve, la tengo, vivida de acuerdo con mi naturaleza: ni me mentí a mí misma ni lo hice con los demás. Hubo un precio que pagar, sí, pero las Elisas de este mundo pagaron también el suyo, y con creces. Lo sé mirándola a esos ojos en los que una vez me bañé.
No es feliz.
Aparto la mirada, porque su tristeza me duele, pese a que ella provocó en mí, a su vez, una pena tan honda que todavía pervive en una parte de mi espíritu, enraizada en él como una molécula de mi ADN. «Esto es lo que soy porque una vez Elisa estuvo en mi vida». El pensamiento me sobresalta porque, pese a haber vivido con él todos estos años, lo había hecho de un modo oculto, sepultado bajo un pacto de no agresión que hasta hoy ambos habíamos respetado.
Y es ahora cuando se hace lamento, que duele en toda su dimensión, que me mira a la cara y me dice: «Estoy aquí».
Durante estos primeros instantes, un seísmo de emociones me zarandea de un lado a otro como a un muñeco de trapo. El regreso de Elisa ha roto el dique que contenía todo lo que en torno a ella sentí, temí o perdí. Sé que no debería definirme a través de ella, pero también, que es inevitable, que lo fue entonces y que lo sigue siendo a día de hoy. «Esto es lo que soy porque Elisa estuvo en mi vida».
No sé por qué he aceptado tener este reencuentro al borde de ese mar que tiñó de añil nuestras vidas, pero un pensamiento embrionario, todavía esquivo, empieza a abrirse paso en mi interior. Puede que una parte de mí no quiera reconocerlo de un modo consciente, pero creo que tengo todas las claves —lo que fui, lo que soy, qué traigo conmigo a esta cita, por qué está ella aquí— al alcance de mi mano.
Noto que ha reparado en el tatuaje de mi antebrazo izquierdo, en el nombre de mujer que lo cubre por entero. Ella ya se había ido cuando me lo hice. Sonrío con añoranza, rabia y pena, la no-sonrisa que reservo para Valeria cuando el dolor vence a la luz. Tengo otra, luminosa y deudora de lo que ella fue, que surge cuando, por ejemplo, un rayo de sol, de forma inesperada, abriéndose paso a través de los espesos nubarrones de un día condenado a la lluvia, llena de destellos color esmeralda el mar. Es en esos momentos cuando encuentro a la Valeria que nunca se fue.
No como Elisa. Elisa, que ha aceptado mi reproche, que ha escuchado en silencio mi incoherente regreso al pasado más lejano, que me mira con esa inédita timidez en ella.
—Has cambiado —musita ahora.
Algo dentro de mí se revuelve. «¡Por supuesto que he cambiado!», quiero gritarle. «Me dejaste a las puertas de la vida, no te quedaste para ver en qué me convertí». Pero no quiero adentrarme en ese sentimiento que me sigue mirando a la cara; que me acecha, mezquino: «¿Soy lo que ella me hizo? ¿Solo existo a través de ella y por ella? ¿No he crecido, no he madurado, no lo he superado?».
Puede que a los ojos de la Elisa que dejé bajo una tormenta parezca otra persona, pero ¿qué cambios son los que ve? ¿Son tan solo físicos o van más allá? Intento recordarme tal y como era a los veinticinco años, la edad que tenía cuando nos vimos por última vez. Por aquel entonces el horror ya había partido en dos mi vida, pero todavía no había librado todas las batallas ni experimentado todos los sinsabores. Mi cambio posterior fue el reflejo de una evolución emocional y personal, un camino del que Elisa colocó una de sus primeras piedras al reducir a escombros mi corazón.
Sí, por supuesto que he cambiado. En el momento de su adiós, y pese a todo, mi piel y mi alma todavía no estaban curtidas por la lucha, por el arduo viaje por ese camino que me volvió escurridiza, seca y tajante. Puede que Elisa lo haya deducido por mi físico —rasgos afilados, gesto reservado, pelo muy corto donde antes había una larga melena—, o porque ya no disimule la pluma. Quizás creyó que encontraría a la chica callada y resignada que siempre estaba ahí, pero esa Nuria ya no existe, porque no era yo, sino el producto de una ficción que cubría con el velo de la apariencia el tormento de su interior. La Nuria de hoy hace mucho tiempo que dejó de pedir perdón por ser quién y cómo era, ahora exige paso franco.
Me gustaría saber qué más cosas espera de mí esta Elisa retornada. ¿Acaso no recuerda aquel día, de qué modo quemó la última nave entre nosotras?
No, claro que no, porque no se quedó el tiempo suficiente para ver el principio del cambio. Se marchó, una vez más, y entonces creí que sería para siempre.
Hoy, dieciocho años después, descubro que me equivoqué.
—Tengo dos hijas —dice.
«Lo sé», pienso. Pero no lo digo en voz alta, porque no quiero que sepa que, como un vicio tan pernicioso como inevitable, he seguido su vida desde la distancia. Callo, a la espera de sus siguientes palabras.
Pero no dice nada más.

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Propuesta didáctica para IES

Elisa frente al mar está recomendada como lectura para tratar la diversidad afectivo-sexual, la LGTBIfobia y la violencia de género para estudiantes de segundo ciclo de Secundaria y Bachillerato, y como tal cuenta con un cuadernillo de actividades para trabajar en el aula.
El objetivo de su propuesta didáctica es:

  • Visibilizar la diversidad afectivo-sexual para desmontar estreotipos, prejuicios e ideas preconcebidas.
  • Fomentar y generar actitudes de respeto y no discriminación.
  • Sensibilizar y concienciar de las consecuencias de la LGTBIfobia y la intolerancia para evitar situaciones de acoso y conflicto por orientación afectivo-sexual.
  • Exponer las terribles consecuencias de la violencia de género y reflexionar sobre los diferentes tipos (psicológica, física, sexual, social…).

Si  eres un instituto o cualquier otra organización y deseas incorporar Elisa frente al mar a tus planes de lectura, te invito a que leas la propuesta completa  aquí. La novela cuenta con un cuadernillo de actividades para trabajar en el aula.

Más información

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