«A todas las Elisas, Nurias y Valerias del mundo a las que la vida les robó sueños, besos y un mañana. A todas y todos los que lucharon y luchan, que dieron y dan la cara contra y frente a la intolerancia, la homofobia y el machismo».
Esa es la dedicatoria que abre mi novela Elisa frente al mar, una historia que denuncia las terribles consecuencias de la LGTBIfobia, pero que reivindica también el valor de enfrentarnos a nuestros miedos interiores y a una sociedad intransigente, de luchar por ser quienes somos y de vivir de acuerdo a cómo sentimos. La escribí pensando en que todo eso había quedado atrás, en que en el futuro ya no habría más Claras que se vieran obligadas a sacarse de dentro el sentimiento de pérdida, impotencia y rabia con el que yo crecí.
Lamentablemente, la realidad ha demostrado que esa idea era más una ilusión que una certeza. La intransigencia y el odio nunca han dejado de estar ahí, pero es ahora cuando han redoblado sus ataques y acechan nuestros legítimos derechos y los avances conseguidos en estos años.
No se lo permitamos. Porque no es «la vida», un ente abstracto, la que destroza vidas y futuros, sino personas con nombres y apellidos al servicio de ideologías repugnantes y, sobre todo, una sociedad que decide mirar hacia otro lado «porque eso no va con ella».
Por todo ello, ni un paso atrás.