/Relato/Romántica/

Relato incluido en la antología Ábreme con cuidado (Dos Bigotes, 2015).

Marimar y Eva son amigas. Marimar y Eva son inseparables. Lo son prácticamente desde que nacieron, ya que lo hicieron en el mismo lugar, el mismo día y casi a la misma hora; lo son hasta el punto de que en el instituto se ganaron un apodo propio de un hashtag: «Marimaryeva». Las chicas han crecido juntas, estudiado juntas y juntas juegan en el mismo equipo deportivo. Eva no recuerda su vida sin Marimar. Y a Marimar parece que le pasa lo mismo.

 Ábreme con cuidado es el fruto de un desafío planteado por la editorial Dos Bigotes a nueve  autoras españolas: convertir las figuras de Natalie Clifford Barney, Patricia Highsmith, Virginia Woolf, Marguerite Yourcenar, Aphra Behn, Carson McCullers, Elizabeth Bishop, Emily Dickinson y Gloria Fuertes en protagonistas de un relato de ficción. He tenido el inmenso placer de formar parte de este maravilloso proyecto, de ser una de las autoras que se ha asomado a ese puente de palabras que conecta distintas épocas y generaciones de escritoras. Cuando los editores me presentaron la lista de escritoras a las que homenajear no tuve ninguna duda: escogí a Patricia Highsmith y su emblemático Carol, una autora y un libro que me marcaron de un modo especial cuando lo leí hace ya más de dos décadas. De la huella de ese sentimiento nace mi contribución, el relato #Marimaryeva, una historia que deseo haga de puente construido por palabras hacia la mujer que me proporcionó luz y esperanza hace tantos años, y que marcó mi camino con una frase que sigo teniendo presente cada día: «Vivir contra mi propia naturaleza, eso es degeneración por definición.» Esta historia corta es mi modo de dar las gracias a la mujer, a la autora, que, a través de las palabras, me hizo descubrir un mundo más allá de las cuatro paredes de mi habitación. Me habría gustado poder decírselo en persona, escribirle una carta, para agradecerle todo lo que significó la lectura de su libro. No ha podido ser, pero tengo este relato para ella. Quiero pensar que le habría gustado.

RESEÑAS
Un relato precioso de iniciación amorosa entre dos jóvenes que se conocen desde niñas pero que a causa de las represiones sociales han evitado poner en palabras su deseo. A lo largo de la historia no sólo disfrutamos de un manejo buenísimo de la tensión entre las dos protagonistas sino que García hace un lúcido cruce entre su historia y la de Carol y Therese, los personajes de Carol de Patricia Highsmith. Entre los elementos que mejor maneja García quiero destacar ese deseo de sobrevivir a los propios miedos y de aceptar los deseos. La protagonista se siente más cobarde que la de su novela favorita y sin embargo, lo único que desea es revivir esa historia pero con la persona que ella ha elegido hace muchísimos años atrás. Es un relato precioso con final feliz que reivindica el amor adolescente y su pasión como punto de partida para el entendimiento de la vida.
Bestia Lectora

LEE EL PRINCIPIO DE #MARIMARYEVA
«—¿Qué haces?
No le contesto, es obvio. Obvio mi silencio porque obvio es lo que estoy haciendo. No es que Marimar no sepa interpretar qué se hace con la cabeza inclinada sobre un libro entre las manos, Marimar es una chica lista, pero también la reina de las preguntas retóricas. «Tenemos sed, ¿eh?», te suelta cuando te ve trasegar agua como un camello tras atravesar cinco desiertos, o «Uf, ¿duele?», cuando te ve tirada en el suelo retorciéndote de dolor tras un encontronazo con una jugadora rival.
Marimar, que es lista, se inclina para levantar ligeramente la tapa del libro con el dorso del índice y pregunta:
—¿Carol?
Y de nuevo es retórica, porque sí, es Carol. Marimar es lo suficientemente avispada como para, a sus dieciocho años, saber leer. Las dos somos compañeras en el equipo de balonmano de nuestra ciudad. Hoy estamos a más de trescientos kilómetros de allí, concentradas. Mañana tenemos partido. Ambas compartimos habitación, lo hacemos desde que jugábamos en alevín, con diez años. Marimar dice que si tuviera que compartir habitación con otra compañera sería como si el mundo se diese la vuelta, convertido en un triángulo. Eso no es que lo comprenda muy bien, hay ciertas cosas de Marimar que no comprendo nada, nada bien. Lo de las preguntas retóricas, sí. Todos tenemos manías.
—No parece de asesinatos —dice, leyendo el nombre de la autora.
Marimar es tan lista no solo como para saber leer y también que la Highsmith es una reconocida autora de novela negra, sino igualmente observadora como para interpretar en la portada amarilla el cuadro de dos chicas con pose abandonada, nada propensas, al parecer, a matar o ser asesinadas. Es la edición publicada en 1991, encontré el ejemplar en una feria de libros de segunda mano un par de semanas atrás. Es la tercera vez que lo leo. Mamá dice que se me van a caer los ojos de tanto leer. Mamá piensa que el libro me dura mucho, cuando es todo lo contrario.
Marimar se deja caer en la silla de plástico junto a la mía y levanta las piernas para apoyar los talones sobre la barandilla del balcón. Hay una rotonda enorme como vista principal, una monstruosa lenteja que, estoy segura, se verá perfectamente desde la estación espacial sin necesidad de telescopios. Conectada a ella, la carretera nacional y, más allá, los lomos trasquilados de las achaparradas montañas de la zona. Estamos en un hostal, el presupuesto del equipo no da para hoteles, pero Gloria, la secretaria/enfermera/psicóloga, es un hacha encontrando hostales decentes. En este, las habitaciones cuentan hasta con un pack de artículos de baño, del que forman parte unas diminutas esponjitas de colores. Marimar dice que la suya se la guardará a su hermana pequeña, para que bañe a su Hulk de treinta centímetros. La hermana de Marimar tiene un concepto muy particular de la realidad: cree que Hulk es Shrek y no hay quien la saque de ahí. Tiene los siete años más creativos, incansables y tercos del mundo. A Marimar le encanta. A mí también. No he visto una niña más destroyer en mi vida. Llegará lejos, esta niña.
—Pedazo rotonda, ¿eh? —dice Marimar, y tampoco le contesto en esta ocasión.
Ella sabe, yo sé, que la rotonda es una bestialidad, la madre de todas las rotondas, el infierno de infiernos para el conductor indeciso.
—¿Fumando otra vez? —inquiere, girándose hacia mí y levantando una ceja interrogante, mientras se mete las manos bajo las axilas y se balancea precariamente sobre las patas traseras de la silla.
Se la va a cargar, la silla, pero paso de decirle nada. Es otra de sus manías, como lo de las preguntitas retóricas. El cigarrillo me cuelga indolente de los labios, mientras las virutas de humo ascienden, perezosas, caracoleando sobre mi cabeza.
Claro que estoy fumando otra vez.
—Fumas demasiado —dice—. Y eres deportista, hostia, Eva. ¿Tú no ves que eso es una contradicción?
Dejo de leer, la miro, el movimiento hace que una punta de ceniza caiga sobre el libro, deshaciéndose sobre sus páginas. Digo «¡Joder!», y limpio las hojas soplando sobre ellas con delicadeza.
—Solo es uno de vez en cuando —me defiendo.
—Eso ya es uno de más.
—¿Desde cuándo eres mi madre?
—No lo soy, no habría forma de explicar por qué mi hija tiene exactamente mi misma edad.
Es cierto, tenemos, exactamente, la misma edad. Nacimos el mismo día, con veintitrés minutos de diferencia, en el mismo hospital, separadas por tres habitaciones de distancia. Lo más marciano de todo: nuestras familias eran vecinas de urbanización, en las afueras, hasta que mis padres se separaron cuando yo tenía doce años y mamá y yo nos trasladamos a un piso de alquiler en la ciudad. Crecimos juntas y en el instituto nos llamaban marimaryeva, todo de una tacada, como un hashtag. No recuerdo mi vida sin ella, y a ella parece que le pasa lo mismo. El día que nos mudamos fue como si mamá y yo partiéramos al exilio. Marimar no quería llorar, pero era peor. Se puso feísima, con toda la cara arrugada como si fuese una anciana, los labios tan curvados hacia abajo, tanto, que parecía un bulldog. Yo sí lo hice, lloré. Lloré como una magdalena. No tenía el aguante de Marimar. Y me sentía como si me hubiesen arrancado un brazo. Nunca me ha pasado eso, que me arranquen un brazo, pero cierto como que el sol sale cada día que debe de doler, así que como tal lloré cuando dejamos de ser vecinas. Como si me hubieran arrancado un brazo de cuajo.»

¿Te ha gustado? Tienes la antología a la venta en la web de la editorial Dos Bigotes o también puedes consultar aquí las librerías donde podrás encontrarla. Además, podrás encontrar también el libro, en formato audiolibro, en la web de Storytel.