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¿Qué es La Recolectora?
Un relato corto que se regala con las compras realizadas en la tienda de e-books.
¿En qué género se enmarca?
En el fantástico, cardíaco, divergente y sandunguero.
¿De qué va el relato?
De un corazoncito algo despanzurrado que es recogido por su mentora para ser entrenado para su misión.
¿Cuál es su misión?
Latir.
¿Puedo leer el principio?
Claro.
LA RECOLECTORA
Lo encontró una mañana de primavera, en plena temporada de latidos. Crecía entre prímulas y caléndulas y le extrañó que, habiendo germinado entre flores tan hermosas, aún no hubiera sido recolectado. Pronto supo el porqué. El corazoncito presentaba una pequeña abolladura en su ventrículo izquierdo, como la huella que un diminuto pulgar dejaría en la arcilla fresca, y el carmesí de su envoltura lucía apagado.
Pero eso, lejos de considerarlo una imperfección, la sedujo por su singularidad. Con la luz de una docena de mayos en su mirada y su sonrisa, haciendo caso omiso de las oblicuas miradas de febreros desapacibles que el resto de cosechadores le lanzaban, la recolectora se inclinó con suavidad y templanza (tal y como mandan los cánones) y, en un movimiento pendular, con la presteza de un suspiro, lo recogió en el hueco de su mano y lo acunó contra su pecho.
Inició el camino de regreso prestando especial atención a que su pie izquierdo no sobrepasara un ángulo de cuarenta y cinco grados con respecto a la tangente del equinoccio y que (por supuesto) el derecho no invadiera el espacio de ningún insecto rastrero, en especial el de hormigas, orugas y escarabajos (que, como era bien sabido, respondían de forma harto catastrófica ante situaciones de estrés. Y nadie quería orugas desmayadas en su camino, ¿cierto? Cierto).
Una vez llegaron al taller, y también ajustándose a la tradición, la recolectora que llevaba la primavera en sus ojos le preparó una cama hecha de algodón y espinas y lo acostó con la aurícula izquierda orientada hacia Betelgeuse. Si en algo se esmeraba esta cosechadora en particular (y, a estas alturas, es algo que ya tendría que haber quedado patente) era en observar con exquisita escrupulosidad las reglas, y aunque más de una y de uno de sus compañeros habría arrugado la nariz ante tal derroche por un corazón defectuoso, ella solo atendía a una máxima: todo aquello o aquel que se hallara entre lo mucho y lo poco, lo común y lo especial, el todo y la nada, debía tener su oportunidad. Y no había más que hablar.