HOY HACE VEINTICINCO AÑOS

Ella y yo, hace mucho

Hoy hace veinticinco años que tengo veinticinco años pero ya no una madre. Hoy ya es tanta vida con ella como sin ella. (Dentro de un puñado de mañanas, incluso podría llegar a superar su edad. Es un pensamiento extraño).

¿Les da un aire o qué?

Mi madre era sonrisa (estratosférica), estornudos de cien decibelios (nivel perforadora eléctrica, oigan), ganchillera en serie (colchas, tapetes, bolsas para el pan, bolsitas para el almuerzo, peúcos, jerséis…), tarta de almendra (¡ese vaso incrustado en su centro para cortar radialmente perfectas las porciones!), bocadillos de queso, aceite y arena, mecedora impenitente y palillos clavados en el hígado del arroz con costra. Era Bisturí, Bisturí se quería casar, que tanto se me metió (para bien) esa jota en el alma que décadas después se la cantaría (a mi manera) a las nietas que no llegó a conocer. También era Sofía Loren (un poco) y Penélope Cruz en Dolor y gloria (otro poquito. ¡Que no me pasé yo toda la película con la mirada clavada en esa melena, mare!) y repelá, de las que les contaban los pelos a la cola del caballo. Un día se le puso todo el peso del mundo sobre la espalda y ya no lo pudo soltar, y aunque a partir de ahí fue más despacito, fue. Porque siempre adelante.

Nos llamaba cachitos. (En realidad, se lo decía a todxs lxs niñxs, pero como lxs únicxs con denominación de origen éramos sus hijxs, no había riesgo de pelusilla). Llevo su nombre (el segundo) y escogí publicar con su apellido. Clara García probablemente habría sido más comercial y fácil de recordar, pero quise llevármela a todas partes conmigo (y a todas partes se ha venido). [Pero no me llaméis por el nombre compuesto, que así es como se dirigía a mí cuando había hecho algo malo y es escuchar Clara Asunción y pensar que me la he cargado. Si era Clara Susi, todo bien].

Cuando murió, y me quedaba a solas en casa, la llamaba en voz alta, porque era terriblemente consciente de que jamás podría volver a usar esa palabra («mamá») con propiedad. (Y también porque… ¿y si algún día contestaba?).

Todo ok. Aquí, de su puño y letra

Está en el Mediterráneo (por lo que suelo ir a verla muy a menudo). Hace veinticinco años no era tan habitual, pero ella así lo quiso (A mi deixeu-me a la mar) y allí la llevamos. Lo hicimos desde una tabarquera y no sé si esto que voy a decir será muy correcto, pero… fue hasta divertido. (O al menos así se ha quedado en mi memoria, que ya sabemos lo caprichosa que es a la hora de catalogar). Veréis: hubo vomitonas por el vaivén de las olas (ese abril de hace un cuarto de siglo también salió grisón y zozobrado), una grabación en vídeo (sí, el amerizaje de mi madre está grabado), una de mis tías hablándole con mucho sentimiento a la bolsa con las cenizas (de verdad, tía, me encantó eso), gaviotas espídicas que creían que lo que estábamos lanzando eran palitos de cangrejo y no los restos incinerados de una señora de cincuenta y siete años y (esto os va a encantar) cata de cenizas. (Quizás, ejem, habría sido conveniente lanzarlas en la misma dirección en la que soplaba el viento y no en contra…).

Ella, hace muchísimo más

Soy consciente de que esto que os voy a contar puede ser, o muy horroroso o definitivamente desternillante. (A estas alturas ya habréis adivinado que escojo lo segundo. Siempre). Es que… ¿qué coño puedes hacer cuando se te desparrama tu señora madre por abrigo, pelo y cara, eh? Pues justo, justo lo que estáis imaginando…
[Solo diré una cosa: desde el veintitrés de abril de 1994 sé empíricamente que sabemos saladitxs. (Si es alimento procesado no consta como canibalismo, ¿no? De todas formas, si algo así está penado, que sepáis que ya habrá prescrito)].

Veintitrés de abril… Es cuanto menos curioso que, siendo escritora, cada vez que llega el Día del Libro piense más en una alfombra de flores sobre el mar, una panda de gaviotas histéricas y mamá en mis labios, que en mi oficio. Pero una cosa os voy a decir: son intrínsecos, porque mi madre es uno de los elementos transversales en mi obra; está presente, de forma más o menos explícita o implícita, en todas mis historias. (Lo que se dice a cachitos, vaya): justamente, así es como la madre de Cate, Suzetta —un guiño al nombre de Asunción*— la llama en Los hilos del destino. O su apelativo familiar, Chonín, en el relato ¿Te lo puedes creer? La fecha de su cumpleaños (28 de octubre) en el nombre del hospital en Tras la coraza. El segundo nombre del personaje de Cate Maynes (Simone. El de mi madre era Simona). El sentimiento que verbaliza el personaje de Sara en La perfección del silencio (-¿Recuerdas qué dijiste cuando murió tu madre? -Que el mundo se había acabado). Y, sobre todo, sobre todo, el dolor en Elisa frente al mar…**

Ella, así ya para siempre

Sin embargo, su recuerdo siempre se convierte en sonrisa. Porque solo lxs buenxs duelen y con lo que hay que quedarse es con las razones de ese dolor. Y esas siempre, siempre nos harán sonreír.
Como ella.

Mi madre, hoy. (Al fondo, a la derecha)

Bonus track I: la grapadora y las doscientas sesenta y cuatro supervivientes.

Las doscientas sesenta y cuatro

Esa grapadora que veis ahí era suya, fue una de las cosas con las que me quedé, junto a chorrocientas cajas de grapas. Solo queda ese puñado. Estoy a doscientas sesenta y cuatro grapas (si no me he descontado) de que algo que ha perdurado por encima de la ausencia física desaparezca definitivamente. Y es una tontería, pero, mira, ahí ando, contando (con ayuda de una lupa, que la edad no perdona) las grapas que quedan. No sé, tal vez cuando llegue ese momento le dedique también un post a la vieja grapadora…

Bonus track II: el microchip interplanetario.

Pasaporte a Marte

¿Os había dicho que mi señora madre está en el Mediterráneo? Bueno, pues también un poquito en Marte. Cuando la NASA envió el robot InSight a ese planeta, en su interior llevaba un microchip con un puñado de nombres de terráqueos (como unos dos millones y medio, nombre arriba, nombre abajo) y entre ese puñadito está el de ella. Os aseguro que nunca había seguido con tanto interés el aterrizaje de uno de esos cacharros…

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*[Pero, a diferencia de lo que le pasa a Cate con su madre —… Esa madre mía que adoraba y me enervaba a partes iguales— yo solo la adoraba.Y no, la de verdad no daba pellizcos de monja, por si os lo estáis preguntando].

**[Quizás va a ser cierto eso que dicen de que lxs escritorxs siempre estamos hablando de nosotrxs mismxs…].